"Si tengo este dolor, tengo barro en las manos: me
tengo que poner a hacer el mundo" - Laura Casielles.
Lo que más me ha dolido
siempre de este sistema injusto es la capacidad que tiene de anular a las
personas, de normalizar las situaciones de humillación social y alienarnos,
paralizarnos a través de distintos métodos.
Siempre pensé que nunca nos
habían hecho las preguntas correctas y así era imposible inventarse el mundo. Hoy me doy cuenta de que no nos hicieron
preguntas, solo nos dieron un montón de respuestas desacertadas con las que no
conseguimos gestionar la incertidumbre de todo lo que se nos vino encima al
hacernos adultas, cuando el Estado de Bienestar cayó en picado.
Nací en un país que se negó
a reconocer y validar los sentimientos que dejó una guerra injusta sobre el
bando vencido. Las personas que creíamos en un mundo diferente, intentamos construimos
alternativas desde el dolor humano y la perdida, el miedo, la costumbre de ser
humilladas y la rabia en un terrible silencio. Nadie nos dio la oportunidad de
reparar nuestro dolor, el dolor de muchas familias que enfermaba en el pecho y
el alma y nos ponía trabas a la hora de relacionarnos desde una perspectiva de
cuidados.
Las organizaciones
tradicionales en mi tierra, decidieron convertirse en una roca: masculina y
singular. Siempre pensé que era una forma de protegerse de la fragilidad y la
vulnerabilidad. Así nos desgañitamos por tratar de ser mujeres valientes y
militantes fuertes, directas a darnos contra un muro (el de los vínculos) una y
mil veces.
Y es que, el capitalismo se
incorporó en todos los microespacios de la vida, se insertó en cada aprendizaje
directo e indirecto de esta sociedad. El ego frente al eco (blanco, europeo,
macho, hetereosexual, cristiano y propietario), la soledad humana y la desconexión
consciente del efecto causa- consecuencia, la competitividad, el discurso de la
eficiencia, la idea de desarrollo perfecto frente a la muralla de la
imperfección de la vida, todo lo que nos ha llevado al desastre ético,
medioambiental y humano, y es que, no era un desastre, todo estaba planificado
para que así ocurriera. Lo que se les olvidó prever fue nuestra capacidad para
generar esperanza humana y globalizarla, también las manos que se unen en las
plazas para luchar por otro mundo posible.
Con todo lo que le
agradezco a la vida, no podía sino otra cosa que recoger mis alegrías, todas
las rabias y algunas de mis tristezas: mis aprendizajes, y empezar a crear herramientas
que se mueven por códigos en los que poder experimentar, en los que poder construirnos,
reconocernos y avanzar en lo micro y lo macro.
El laboratorio pretende ser
una escuela de formación social, un sitio donde poder experimentar con manos,
mente y corazón distintos códigos que nos ponen a vibrar, a aprender, a
mirarnos en un círculo a los ojos y entretejer.
Decía Mandela que la
educación es el arma más poderosa que puedes
usar para cambiar el mundo. De acuerdo con ello, la educación no puede
convertirse en una herramienta de consumo, ni en una herramienta de alienación
de obreras para las grandes entidades financieras.
La idea nace de crear un
espacio experimental, un espacio de aprendizaje, alejado de cantidades de conocimientos
que únicamente se incluyen en esquemas cerebrales ordenados y que llenan las
enciclopedias para siempre. “Aprender es para nosotros, construir, reconstruir,
constatar para cambiar, y que nada se hace sin apertura en el riesgo y en la
aventura del espíritu” (Paulo Freire).
Un espacio que mima,
impulsa, revitaliza y posibilita a las personas a continuar en sus caminos. Un
espacio que consiga despertar inquietudes dormidas, dragones y zonas sin
explorar. Un espacio por el que puedas preguntarte ¿qué hubiera pasado si…? Decía Viktor Frankl: “entre el estímulo y la respuesta
hay un espacio, y en éste espacio se encuentra nuestra libertad y nuestro poder
de elegir (y hacer) la respuesta”.
Un espacio orientado a
personas y comunidades educativas, del ámbito formal e informal.
No hay otra opción a estas
alturas de película: Solo tenemos una elección con nuestra energía: puedes
dedicarla a crear o destruir, y en esa dicotomía, vamos aprendiendo a hacer el
mundo.
Hay otro tipo de escuela,
una escuela transformadora, una escuela que nos hace libres, y esa es la
apuesta.
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